Aunque nacido en Palma de Mallorca (1931),
realizó su formación musical en Barcelona con maestros como Luis María Millet,
Juan Pich Santasusana, Joaquín Zamacois y Eduardo Toldrá.
En 1963 se hizo cargo de la cátedra de
Contrapunto y Fuga del Conservatorio de Sevilla y cinco años después fijó su
residencia en Madrid, enseñando composición en el Conservatorio capitalino. La obra de Román Alís es amplia
en número y variada en formas y estilos. Entre las de mayor relevancia figuran Sinfonía de Cámara, Op. 27 (1962), Música para un festival de Sevilla
(1967), El cántico de las soledades
(1980), Homenatge a Antoni Gaudí
(1987), Estampas del Madrid goyesco
(1991) y Epitafios cervantinos Op. 100,
que es la obra que ahora nos interesa. Román Alís murió el 24 en octubre de
2006, en Madrid.
Estos Epitafios
para cuarteto vocal y orquesta, fueron escritos en 1973, encargo de la Comisaría General
de la Música,
duran unos cuarenta minutos y fueron dedicados a Antonio Iglesias. Utilizan
textos de Cervantes y se dieron a conocer durante una de las Semanas
Cervantinas de Alcalá de Henares, para la que habían sido compuestos. El
estreno tuvo lugar en la Capilla de San Ildefonso
de la Universidad,
de Alcalá de Henares, el 26 de abril de 1973, y fue interpretado por Elvira
Padín, Vidal Bastos, José Foronda, Jesús Zazo, y Orquesta Sinfónica de Madrid, todos bajo la
dirección de Vicente Spiteri. La
obra se estructura en tres movimientos que
responden a los siguientes títulos:
1 – Al caballero mal andante y a Sancho
su escudero; 2 – A Dulcinea rolliza y fea; y 3 – Al hidalgo loco y cuerdo.
Es muy
curioso y sorprendente que, junto a palabras propias del lenguaje musical
referidas a la velocidad y al matiz con que ha de ejecutarse la música, el
autor ha incluido en la partitura frases que pretenden orientar al intérprete
sobre su ejecución. Para completar la idea, el compositor incluye indicaciones
metronómicas. En resumen, y utilizando la terminología habitual, los tres
epitafios responderían a los aires moderato, allegro y moderato,
respectivamente.
La obra requiere una amplia plantilla
orquestal formada por flautín, dos flautas, dos oboes, corno inglés, dos
fagotes, dos trompas, dos trompetas, tres trombones, arpa, cuatro timbales
cromáticos, percusión (caja, pandereta, platillos, platos suspendidos, tam–tam
o gong, bombo, triángulo) y la cuerda habitual, aunque Alís especifica que los
contrabajos han de ser de cinco cuerdas.
Los versos utilizados son: “Del
Cachidiablo. Académico de la
Argamasilla, en la sepultura de Don Quijote”, “Del Tiquitoc.
Académico de la
Argamasilla, en la sepultura de Dulcinea del Toboso”, y el
“Epitafio de Sansón Carrasco para la sepultura de Don Quijote”, los dos
primeros cierran la primera parte de la novela, y el último la segunda. J.P.M.
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