lunes, 4 de diciembre de 2017

Ruperto Chapí. La venta de Don Quijote.





Nacido en  Villena (Alicante) en 1851, inició sus primeros contactos con la música en su ciudad natal, y en 1867 decidió viajar a Madrid, ciudad en la que, pese a las graves dificultades económicas que tuvo que superar, consiguió una excelente formación musical de la mano de  Arrieta. Obtuvo plaza como músico del Ejército y terminó sus estudios con la obtención de una beca  que le permitió trabajar en la Academia de Roma y pasar una temporada en París. Regresó a España en 1880 y se dedicó a la zarzuela, único género musical que garantizaba unos ciertos ingresos. Músico de una gran capacidad creadora fue un innovador en el género lírico y, por otra parte, impulsor fundamental, junto a  Sinesio Delgado, de la Sociedad de Autores. Entre su numerosa producción pueden recordarse, Música clásica (1880), La tempestad (1881), El milagro de la Virgen (1884), La bruja (1887), El rey que rabió (1891), El tambor de granaderos (1894), Curro Vargas (1898), y Margarita la tornera (1905), entre otras muchas. Murió en Madrid en 1909.



La venta de Don Quijote. Comedia lírica en un acto, en prosa y verso. Texto de Carlos Fernández‑Shaw. Estreno: 19 de diciembre de 1902, en el Teatro Apolo, de Madrid. Acción a fines del siglo XVI, en el mes de junio y en una venta de La Mancha.

Sinopsis. En una venta manchega se encuentran Don Alonso de Pimentel (a quien persiguen sus parientes porque anda perdido el juicio, con el Señor Miguel, que se declara “observador de hombres”. Allí tiene el escritor ocasión de conocer las aventuras, y los desmanes, de Don Alonso, incluida la grotesca escena de este con la criada Maritornes, y concibe la idea de escribir un relato que, como sabemos, será el Quijote.

Personajes e intérpretes del estreno. Felisa Torres, (Tomasa, hija del ventero). Carmen Calvó (Maritornes, criada de la venta). Teresa Calvó (La sobrina de Don Alonso). Aurora Rodríguez (Su ama de llaves).
Miguel Soler, bajo (El Señor Miguel). Bonifacio Pinedo, barítono (Don Alonso).  José L. Ontiveros (Blas, escudero de Don Alonso). José Mesejo (El Ventero). Isidro Soler (El Arriero).  Antonio P. Soriano (El Cuadrillero). Vicente Carrión (El Barbero). Melchor Ramiro (El Cura). Gonzalo Maiquez  (Un gañán).
Decorados: Sr. Martínez Gari. Dirección de escena: Miguel Soler. Dirección  musical: Narciso López.

Números musicales. Preludio. Seguidillas. Coro, Arriero, Tomasa (“¡Pronto, que es tarde!”). Estrofas y coro. Blas, Alonso, Miguel y coro (“¡Ay don Alonso!”). Melodrama, endecha y coro. Miguel (“Dios quiera que esta noche”). Canto del gañán (“En el cielo de Oriente”). Canto del ventero (“Todo ya en silencio duerme”). Alonso, Maritornes y Arriero (“Los que pedís la ayuda”). Conjunto. Todos (“¡Salid de la venta!”). Final. Alonso y todos (“En marcha, vamos”). Miguel y Alonso (hablado sobre la música). (“Perdonad, se me olvidó”).

Argumento. Acto único. Al comenzar la obra, los segadores celebran el final de la siega en el patio de la venta. [Seguidillas], pero el Ventero no aprueba la fiesta y les ordena marchar. Al salir, el Arriero recuerda a Maritornes que tiene con él una cita cuando se haga de noche. Cuando todos han abandonado el patio, entran apresuradamente la Sobrina, el Ama, el Cura y el Barbero, preguntando por don Alonso de Pimentel, quien, diciendo ser un caballero andante, dejó su aldea para ir en busca de aventuras.  El Ventero contesta que no está en la posada, pero sabe de él porque ha atacado a unos arrieros para que liberaran a una supuesta princesa secuestrada.


Cuando los paisanos de don Alonso salen en su busca, llega un Cuadrillero que sospecha de uno de los huéspedes porque sabe que ha estado en la cárcel de Argamasilla. El señor Miguel entra y al ser preguntado por el Cuadrillero, confiesa ser un observador de los hombres y escritor, y haber servido en Lepanto. La narración del Señor Miguel es interrumpida por la llegada de Tomasa, Maritornes y otros personajes, asustados, porque tras ellas aparece don Alonso, espada en mano, dando mandobles. Ante la pregunta del Ventero, don Alonso se presenta como “el más venturoso de los andantes caballeros”, después de afirmar que la venta no es tal, sino un hermoso castillo y el ventero su señor. También confunde don Alonso al resto de los presentes: al Cuadrillero, le llama condestable y a Maritornes, princesa. El Señor Miguel es testigo de todo esto, se da cuenta de la locura del personaje y se dirige a él recriminándole que coquetee con Tomasa, la hija del Ventero, y no tenga una dama como corresponde a todo buen caballero andante. Don Alonso confiesa haber estado a punto de casarse con una joven corcovada y fea, y el escritor le sugiere que, la imagine bella y atractiva, y en lugar de Sinforosa, que la llame Tisbe. Acaba de nacer Dulcinea.
 
Escena
Concluido este trámite, aparece Blas doliéndose de los golpes que les dieron unos arrieros, a los que don Alonso, en su locura, llama encantadores [Estrofas y coro]. En un aparte, el  Caballero confiesa a su criado que  la hija del ventero,  para él dueño del castillo, se ha enamorado perdidamente de su apuesta figura y como él se debe a la fidelidad a su Tisbe...  Llegada la noche el Señor Miguel reflexiona sobre el personaje que ha encontrado, mientras la voz de un gañán se oye en la lejanía y el Ventero desaparece esperando que la noche sea tranquila [Melodrama, endecha y coro].

En la oscuridad del aposento, el caballero reflexiona cuando entra, con toda cautela, Maritornes. Don Alonso cree que se trata de la enamorada Tomasa y la dirige un encendido y apasionado discurso... de rechazo, porque no puede faltar al recuerdo de su dama Tisbe. El Arriero, que lo ha visto todo y oído, golpea al Caballero y el escándalo despierta a todos. Don Alonso cuenta su versión de lo sucedido, pero a quién se cree es al Arriero y don Alonso y Blas son invitados a abandonar la venta. El caballero se niega [Conjunto] y el Cuadrillero trata de poner orden  en nombre de la Santa Hermandad cuando entran el Ama, la Sobrina, el Cura y el Barbero que aclaran todo. Don Alonso sigue negándose, pero la petición del Cura de que les ayude a liberar a la princesa de Etiopía cautiva de un terrible monstruo, le convence [Final], no sin antes preguntar a don Miguel su nombre. Este lo confiesa: Miguel de Cervantes Saavedra; don Alonso ofrece el suyo: Pimentel. Pero piensa que otro nombre vendría mejor a su oficio y elige éste: Don Quijote de La Mancha. La comedia termina con una reflexión del escritor sobre lo que puede ofrecerles la fortuna y el futuro a ambos.

Comentario. La venta de Don Quijote es, probablemente, la obra lírica española mejor considerada, tanto por sus excelencias literarias como musicales.


Consta de trece escenas, cinco números musicales, además del preludio, y la partitura se encuentra en la Biblioteca Nacional, legado Chapí, firmada y fechada el 17 de diciembre de 1902.  No utiliza texto cervantino ni recrea aventuras de la novela, pero, además de ambientarse en una venta manchega –inspirada en la que la describe Cervantes– tiene la originalidad de enfrentar a Don Quijote, el personaje de ficción, con Cervantes, su creador

Víctor Espinós escribe sobre ella:

“El libro de La Venta de Don Quijote ofrece la particularidad de que en la lista de sus personajes haya introducido el poeta un “señor Miguel”, que es el propio Cervantes y que en la Venta famosa coincide con Don Alonso, el hidalgo manchego, y con su rústico escudero Blas. Aquél presencia las peripecias mesoneriles de éstos, y ello le ofrece el germen de la inspiración del libro maravilloso[1]. Este trasunto del genial novelista fue tratado por Fernández‑Shaw con máximo respeto y emocionada devoción. Cervantes, por supuesto, no está en el reparto de las figuras cantantes[2] y se limita a asumir breves intervenciones declamadas durante una fantástica visión, al pie de la cual el “Señor Miguel” da principio a la historia prodigiosa de su “Ingenioso Hidalgo.
Chapí compuso para esta comedia lírica varios números, en que se trenzan temas quijotiles: la nobleza, un tanto fanfarrona, que parece emanar del solo nombre de Don Quijote, y la alegre vivacidad de coplas y danzas que atribuimos como características de las llanuras y poblados manchegos. Las no muy abundantes melodías que se atribuyen al héroe y a los demás personajes de La Venta de Don Quijote son dignas hermanas de otras, generalmente breves, que sólo adquieren trascendencia a fuerza de reiteraciones, en Chapí tan frecuentes, aunque siempre sean, como en la obra de que hablamos, gratas, señoriles y sabrosas.”
Los comentaristas y críticos de la época no perdieron ocasión de ofrecer su punto de vista sobre la obra recién estrenada; prácticamente todos ellos dedicaron unas palabras se reflexión al hecho de sacar a escena a figuras literarias tan importantes como la del Quijote.  Quien firma como “P.” en El País, escribió:

“Los clásicos, se mostrarán acaso indignados al ver llevado y traído en el escenario de Apolo a Cervantes y a los personajes de su gran obra; protestarán de que el ilustre manchego cante una romanza y de que Cervantes explique con música cómo concibió el pensami
Bonifacio Pinedo (Don Alonsom de Pimentel
ento de la obra que lo inmortalizara; creerán que es excesiva la confianza que reina en La venta de Don Quijote, entre el esforzado caballero y Sancho Panza; que el que confundiera con gigantes los molinos de viento, resulta más cómico que sublime en la obra de Fernández Shaw; todo esto ocurrirá quizá, pero es el caso de que el público de Apolo celebró muy holgado las extraordinarias aventuras del hidalgo, los pujos de la maritornes y los celos del gañán, celebrando de paso la portentosa imaginación de Cervantes que forja en un instante la gran novela del sublime loco y la gracia del pobre Sancho Panza, lanzado tras su imaginaria ínsula a través de manteos, palos y ayunos.”

“L”, por su parte en El Liberal:

“Sacar a escena a Cervantes y a Don Quijote con todo su acompañamiento en un teatro por horas, y aderezada la fábula con notas de música, siquiera éstas sean de un maestro eminente, hubiera parecido a cualquier sesudo varón, atrevimiento inaudito o ligereza indisculpable y hubiese puesto el grito en el cielo, calificando de profanación tamaña osadía, aunque el protestante no haya leído nunca el Quijote, que se dan casos.
Pero en el presente, un literato de excelente gusto artístico, el Sr. Fernández Shaw, ha sabido contenerse –virtud rara en un autor dramático que sin reparos de ninguna clase pone la mano, si en gana le viene,  sobre todo género de reliquias  y ha dado a su cuadro cervantino las justas dimensiones, no apretando mucho la brocha sobre el lienzo y porque de seguro hubiera resultado chafarrinón inaguantable la pintura que él soñó artística, emocionante, casi ideal.
La venta de Don Quijote es un bocado inspirado en un capítulo de la novela inmortal, y el autor imagina a Cervantes asistiendo a la realización de las hazañas del héroe manchego.
Lo que contado pudiera parecer ridículo y descabellado, produce en la escena efecto agradable o íntima satisfacción, y es que el Sr. Fernández Shaw, quizá cohibido por el miedo de manejar tan grandes figuras, no ha traspuesto, como antes digo, los límites de lo tolerable, sujetando su imaginación al respeto que a su fino espíritu ha de inspirar a la obra más grande que produjo nunca el ingenio humano.”

Eduardo Muñoz, en amplia crónica publicada en El Imparcial, consideró el empeño “osado y peligroso”, pero el poeta lo venció con “discreción, sobriedad y respeto. “Emebe”, en El Universo, suscribió la opinión generalizada; el riesgo era evidente, pero se superó con éxito:

“Es indispensable poseer el reconocido talento literario de Fernández Shaw para presentar en el escenario de Apolo las figuras de Cervantes, Don Quijote y Sancho Panza, sin experimentar un grave fracaso.
Figuras tan grandes no encajan en una obra del género chico, si bien es cierto que La venta de Don Quijote es una comedia que por su singular mérito sobresale por todos lados, del estrecho marco en que aparece presentada.
Fernández Shaw ha realizado en esta obra una afiligranada labor literaria, que el público admiró en su valor, deleitándose con los primores de una versificación notabilísima.”

Francisco Serrano de la Pedrosa, en El Globo, fue a más, y La venta de Don Quijote le supo a poco:

“¿Hay derecho para decir, al que acertó de un modo, que hubiera sido mayor el acierto de otra manera? Creo que no; ¡que tanto cuesta acertar en el teatro y tan digno de respeto es el triunfo!, pero aún creyéndolo, quiero pecar a sabiendas y decir a Fernández Shaw que su Quijote me ha sabido a poco; que no se concibe el paso de aquella inmortal figura por el teatro, sin el desarrollo de una obra en tres actos y el indispensable cortejo de los duques. Porque allí está lo más hondo, lo más noble y lo más teatral de la obra, y, pensando en ella, parece la de anoche sólo una presentación. Fernández Shaw es para los ilustres muertos, en cuyas obras nadie como él pone mano, algo así como la cremación, que conserva los muertos reduciendo mucho su tamaño, y nos daría a Lope y a Cervantes en un elegante tarro de botica.”

Quizá, “A”, en el El Heraldo de Madrid, diera en la clave del problema que significa llevar a Don Quijote a la escena[3]:

“Como cada uno tiene forjada  a su manera la figura del caballero andante, era muy difícil darle forma a gusto de todos. Fernández Shaw lo ha conseguido, y éste es su mayor triunfo. Es decir, este no; que el mayor ha sido hacer hablar al príncipe de los ingenios españoles sin poner en sus labios una chabacanería, una ordinariez, como se dice vulgarmente.
La descripción de la batalla de Lepanto puesta en boca del insigne autor del Quijote, es un verdadero primor literario.”

J.A. en El Nacional también plantea sus reflexiones sobre el particular:

“Carlos Fernández Shaw, autor de la comedia lírica estrenada en el teatro Apolo, demostró una vez más en la noche de ayer que es excelente poeta y habilidoso autor.
Empresa arriesgada ha sido la de Fernández Shaw, que con atrevimiento, con valor, que merece elogios, ha presentado un trozo de literatura en el escenario, donde se exhiben con aplauso y regocijo obras como San Juan de Luz[4].
En esto hay atrevimiento por parte del poeta, no lo hay como tampoco existe osadía, en presentar en escena la persona del esforzado caballero que después se inmortalizó con el nombre de Don Quijote de La Mancha, la del grotesco escudero que todos conocemos por Sancho Panza, la del ventero y su hija, la de aquella Maritornes sucia y prosaica, idealizada por la fantasía del famoso caballero andante.
No hay osadía en esto, toda vez que Fernández Shaw no nos presenta un trozo del Quijote, por él trasformado para hacerlo teatral, sino que nos presenta un cuadro muy bien pensado, anterior a la obra del inmortal Cervantes y nos hace asistir al momento en el que el manco de Lepanto, impresionado por las locuras del esforzado hidalgo manchego, concibe la obra más hermosa de todas las que en lengua castellana se han escrito.
La figura del mismo Cervantes está hecha con mucho respeto, muy discretamente. Se diría que no existe quien haga hablar a Cervantes con la firmeza de lenguaje que él escribía. Es cierto; pero nos falta saber si hablaría en el mismo castizo e irreprochable castellano que empleaba escribiendo sus libros gloriosos.
La venta de Don Quijote no es una comedia, como su autor la clasifica, es, en mi sentir, una loa. Esta clasificación creo que está más justificada, dado el carácter de la obra. Para ser comedia le falta lo principal: la comedia.”
 
Miguel Sler (El Señor Miguel)
Por último, dejemos constancia de la opinión de Cecilio de Roda en La Época:

“Sacar a escena las figuras de Cervantes y Don Quijote, representa ya un atrevimiento; sacarlas en el escenario de Apolo y hacerlas cantar, casi temerario. Y, sin embargo, está tan bien hecho, tan bien tocadas todas las figuras, les dieron tanto relieve los actores, sobre todo Pinedo y Soler, que el público no vaciló un momento: entró en la obra y la siguió con interés, siempre mayor.”

Con todos estos comentarios queda demostrado que Carlos Fernández Shaw salió bien librado –y con general aplauso– de la aventura que suponía escribir para el teatro con Cervantes y sus personajes como protagonistas. Hemos de destacar también, aunque los lectores ya lo habrán advertido, que las prevenciones iniciales existente afectaban no tanto a lo que era llevar al teatro a Don Quijote, como a que ese teatro fuera Apolo, dedicado entonces a espectáculos menos “serios”.

La música de Chapí resultó, también, muy elogiada. En El Imparcial, Eduardo Muñoz opinó:

“El maestro Chapí, el músico español por excelencia, el artista de las imaginaciones felices y de la forma siempre nueva, siempre apropiada, siempre elegante y distinguida, ha completado, embelleciéndola aún más, la obra del poeta. Desde los primeros compases de la partitura, adviértese un color local admirablemente sentido y expresado. Aquellas “manchegas” que juguetean en adorables modulaciones hasta fundirse en un canto ruido y alegre, dan la impresión justa del regocijo popular. Luego en la orquesta aparecen diseños marciales y caballerescos, como amortiguados por otros, de burlona y fina ironía que destacan la figura del valeroso hidalgo. Lo cómico se trueca en grotesco con la presencia de Sancho, y más tarde, cuando el loco sublime sorprende a la sucia y desgraciada Maritornes –tipo perfectamente interpretado por la señorita Carmen Calvó– a punto de acudir a la cita con el arriero, la música, íntima, susurrante, delicadísima, suave, produce la vaga sensación de las cosas soñadas, de los delirios de la fantasía. ¡Eso es el arte!”.

Serrano de la Pedrosa, en El Globo, consideró la música menos importante que el texto:

“La música ocupa en el desarrollo del libro un lugar secundario perfectamente comprendido.
Abren la escena unas manchegas muy valientes, que fueron justamente aplaudidas; sigue una escena musical (salida de Don Quijote) que es una lamentable algarabía, sin solidez, ni claridad, ni inspiración, y en la cual se advierte una reminiscencia de algo que estrenó Emilio Mesejo en el teatro Eslava. Por fortuna es cosa breve; el maestro solo da una chupada a la colilla, pero se ve la vitola.
Y viene después, con la escena de la cita, y desde el momento en que los clarines anuncian la presencia de Pimentel, una página maestra, una frase hermosa, espontánea, hondamente sentida, con la que Don Quijote expresa su contenido amor a la asustada Maritornes, frase que Pinedo dijo con exquisito arte y que produjo una tempestad de aplausos, ¡bravos!, llamadas a escena y ovación a los autores y a Pinedo. Realmente el pezzo es hermosísimo.”

Uno de los comentarios más amplios sobre la música fue el publicado por A. Asenjo en Plana Artística:

“La música escrita para esa obra por el genial Chapí, es de lo más hermoso y mejor hecho que hemos oído en el género, y encarna perfectamente las situaciones.
Unos compases del metal, que en nuestro concepto personifican musicalmente al caballero andante, sirven de introducción y preceden a un chispeante diálogo, sostenido en la orquesta principalmente por la cuerda y la madera y en la escena por algunos personajes y el coro, resultando un cuadro característico y muy animado y termina el número con una típica y animada seguidilla manchega de gran efecto que fue muy aplaudida, acertadamente colocada por el maestro para determinar el lugar de la acción. Sigue a éste, un número de conjunto para la salida de Don Quijote y su escudero Blas, cantando el primero dos estrofas en el que expone sus sueños de caballero andante, de buen efecto y en el que el metal imita los toques de clarín antiguo, caracterizando con ello y el tambor al personaje. El buen gusto del maestro, no poniendo a la terminación el antipático y tradicional calderoncito, nos privó de oír el número por segunda vez.
El número principal de la nueva zarzuela y el que por sí solo vale mucho más que algunas partituras enteras que andan por esos mundos de Dios, es el nocturno–romanza que sigue a los anteriores, y que es una pieza de melodía amplia y delicada, sostenida en la orquesta por la cuerda con sordina, cuyo acompañamiento sirve de base a la escena de D. Alonso con la maritornes, y que es de belleza dulce, apasionada y sugestiva, y valió al eminente Chapí una estruendosa ovación y los honores de la escena, que compartió justamente con su colaborador Sr. Shaw, por los hermosos versos del cantable. Enlaza este número con un conjunto agitado que sirve admirablemente la situación y es de muy buen efecto y termina tan brillante partitura con un trozo de música descriptiva, que va siguiendo como una sombra el pensamiento de lo que recita Cervantes, y está hecho con el conocimiento y el dominio que tiene de estas cosas el ilustre autor de la Fantasía morisca.

Sin embargo, en este ambiente de elogio y aplauso, no faltó la nota discordante y extemporánea; la firmaba “El Bachiller Canta–Claro”, en El Evangelio:

“De la música, lo de siempre. Chapí maestro quincenario, que hace partituras como quien hace buñuelos, ha puesto a La venta de Don Quijote una música ñoña, sin sal, incolora, inodora e insípida.
 
Carmen Calvó (Maritornes)
Contrasta con esta opinión  la de “A”, en El Heraldo de Madrid; casi podría decirse que hubiera leído las crónicas anteriores:

“Chapí merece también un elogio colosal. Los que dicen que la partitura es secundaria no tienen razón.
La labor del ilustre maestro –desde el principio al final no hay desperdicio– es maravillosa, inimitable.
¿Quién que no sea Chapí se hubiera atrevido a hacer cantar a Don Quijote?
El lugar de la acción está admirablemente recogido por Chapí en las lindísimas seguidillas manchegas que cabrillean por la partitura entre melodías dulcísimas de un valor inapreciable.
Para la instrumentación no encontramos adjetivos. ¡Están tan gastados!.”

Por último, Cecilio de Roda, en La Época, también consideró magnífico el trabajo del compositor:

“Chapí ha hecho una música delicada, finísima, que en nada cede, como labor artística, a la del libro de Fernández Shaw.
Don Quijote está personificado en un tema heroico, lleno de dignidad y nobleza. La Mancha en unas seguidillas manchegas, guitarrescas y de sabor ingenuamente popular, que cambian de color a cada paso a veces juguetonas y picarescas, otras maliciosas al fundirse con el tema de Don Quijote,  deliciosamente cómicas al referirse a Maritornes, jaraneras y ruidosas cuando las cantan los trajinantes que llenan la Venta. Es una poesía de detalle, de cada momento, lograda sólo con el hábil manejo de la paleta orquestal.
El número en que Don Quijote enamora a Maritornes es apasionado, tierno, de una dulzura encantadora en el final, la orquesta va comentando el diálogo hablado de Pimentel y Cervantes primero, y el monólogo de éste después, con una sobriedad y un acierto verdaderamente poéticos.”

Luis G. Iberni, en su excelente biografía del músico, resume los valores musicales de la zarzuela en las siguientes opiniones:

“Es una especie de homenaje a la seguidilla manchega”... “El ritmo de seguidilla se impone desde el principio hasta el final de la zarzuela...” ... “Chapí , en esta obra, da muestras de su dominio del conjunto. No le interesa tanto la caracterización de los personajes, delimitada la parte hablada (aunque don Alonso tiene un tratamiento muy especial), sino el ambiente. Aquí el autor de La Revoltosa, vuelve a ganar la partida, consiguiendo unos resultados descriptivos, cuando menos, apropiados, y un dominio del decir popular[5]”.

La obra, fue dedicada por el libretista “A mi distinguido amigo el Doctor Moya, en testimonio de afecto y gratitud”. Carlos Fernández Shaw también tuvo especiales palabras de gratitud para los intérpretes.

No hace falta ser un experto conocedor del Quijote para darse cuenta de que La venta no sigue rigurosamente ninguna de las peripecias que en ella aparecen, aunque está ambientada en el lugar y los sucesos que ocurren en los capítulos XVI y XVII de la primera parte. Tampoco parece necesario aclarar que los personajes principales de la zarzuela son un trasunto de los de la novela: Don Alonso es Don Quijote, Blas es Sancho Panza y Tisbe es Dulcinea. Los otros personajes son trasladados directamente de la novela salvo el de Tomasa que es nuevo, como también lo es su historia[6].

Lo más interesante es que Carlos Fernández Shaw pone en escena al escritor y a sus personajes, pero no coloca al primero como mero observador, sino que le hace dialogar con su criatura en un par de ocasiones: en la escena VII, en la que el Señor Miguel sugiere a don Alonso que elija una dama, y en la escena XII en la que se despide del caballero andante.

La venta de Don Quijote no sólo es una obra de las primeras y más simpáticas aventuras del caballero, también en ella encontramos toda una escena, la quinta, en la que es presentado Cervantes. En el diálogo que sostiene con el Cuadrillero se evidencia el orgullo de haber participado en la batalla de Lepanto, quedan claras sus cualidades como observador de los hombres, en los que lee como si fuera en un libro, y una cierta tristeza y desconfianza sobre la justicia. J.P.M.





[1] Aunque quizá sea ésta la primera vez, cronológicamente hablando, es curioso que Cervantes aparezca en esta obra como observador e interviniente. Esta misma función desempeña en El huésped del Sevillano, aunque aquí lo que nacerá será La ilustre fregona.
[2] Este extremo no es rigurosamente cierto, ya que el Sr. Miguel interviene en tres de los cinco números musicales de la comedia lírica, y fue interpretado por el barítono Bonifacio Pinedo.
[3] “A”. “Los estrenos. La venta de Don Quijote”. El Heraldo de Madrid, 20-12-1902.”
[4] Considerada como una de las grandes obras del género “sicalíptico,” San Juan de Luz, se había estrenado el 9 de julio de 1902 en el Teatro Eldorado. La escribieron Carlos Arniches y José Jackson Veyán; de la música se encargaron Quinito Valverde y Tomás López Torregrosa.
[5] Luis G. Iberni. Ruperto Chapí. ICCMU. Col. Música Hispana. Textos. Madrid, 1995, pág. 384.

[6] En la novela, el ventero tiene una hija, pero no se dice su nombre y no actúa como en la zarzuela.

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