domingo, 7 de enero de 2018

Joaquín Rodrigo. Ausencias de Dulcinea.



La biografía de este famosísimo compositor español (Sagunto (Valencia), 1901–Madrid, 1999), está al alcance de cualquiera a través de toda clase de libros, diccionarios y enciclopedias. Quizá sea el músico hispano más conocido después de Falla. Su Concierto de Aranjuez, escrito en  1939, es una de las obras clásicas de mayor difusión discográfica. Rodrigo escribió, además, una gran cantidad de música, entre la que destacan títulos como Zarabanda lejana y villancico, Per la flor del Lliri Blau, Música para un códice salmantino, Cántico de San Francisco de Asís, Fantasía para un gentilhombre… conciertos para diversos solistas, música de cámara, para piano, canciones, incluso una zarzuela titulada El hijo fingido. Fue director de la sección de arte de la ONCE, jefe de departamento en RNE y profesor del Conservatorio y de la Universidad de Madrid.




Sobre el poema "Árboles, yerbas y plantas", incluido en el capítulo XXVI de la primera parte de la novela cervantina, Joaquín Rodrigo escribió su única contribución al tema quijotesco. Ausencias de Dulcinea, fue compuesta en 1948, en parte  por el interés que despertaban las 25.000 pesetas con que se premiaba una obra musical en el concurso convocado con motivo del IV Centenario del nacimiento Cervantes en el año anterior.

Está considerado como un poema sinfónico con la intervención de solistas vocales, dura unos quince minutos y está escrito para bajo o barítono, cuatro sopranos y una orquesta de grandes dimensiones (tres flautas, dos oboes, dos clarinetes, dos fagotes, contrafagot, cuatro trompas, tres trompetas, tres trombones, tuba, timbales, percusión, xilófono, celesta, dos arpas y cuerda).  Dedicado “A José Greco”, obtuvo el primer premio del concurso referido. Fue estrenado en el Teatro Español de Madrid, el 19 de abril de 1948 por Chano Gonzalo, bajo; María Ángeles Morales, Carmen Pérez Durías, Celia Langa y Blanca María Seoane, sopranos y el concurso de la Orquesta Nacional de España, bajo la dirección de Eduardo Toldrá.  El texto es cantado básicamente por el bajo; las sopranos se limitan a entonar los versos que sirven de estribillo a los versos cervantinos.

Para Vicente Vayá Pla[1], las cuatro voces femeninas "representaban la obsesión de don Quijote por Dulcinea. A estas voces se opondría la energía del bajo. El estreno de esta obra constituyó uno de los mayores éxitos en la carrera de Rodrigo".


El propio Rodrigo en sus  “memorias”, redactadas por Eduardo Moyano[2], nos ofrece un interesante comentario sobre estas Ausencias:

“No fue fácil transportar a la música las estrofas de Cervantes. Se alternan en ellas la grandeza con la ironía, y esto resulta bastante complejo. Lo que sí me ayudó fue el estrambote final que se repite tres veces. Recuerden. Dice siempre:

Aquí lloró don Quijote
ausencias de Dulcinea
del Toboso.

Sentí que podía utilizar cuatro voces en torno a la de don Quijote y establecer de este modo los contrastes entre lo caballeresco, lo ideal y lo burlesco. Mientras don Quijote canta en serio, siempre en serio, la orquesta marca lo gracioso, y se obtiene así el espíritu total de la poesía.
Las conmovedoras palabras “Aquí lloró don Quijote ausencias de Dulcinea” desembocan inmediatamente en las voces de las cuatro sopranos solistas que simbolizan la vana ilusión que es, y siempre tiene que ser para el caballero, la figura de su amante. El hecho extraordinario de utilizar no menos de cuatro sopranos en la obra se explica porque ni al norte ni al sur, ni al este ni al oeste, encontrará don Quijote ese fantasma que es su Dulcinea.”

Raymond Calcraft, en la introducción de la partitura, escribe:

“Si la grandeza de la visión que tiene Don Quijote de su propia vida y hazañas ha sugerido a Rodrigo una orquestación grandiosa, con cinco voces solistas, hay sin embargo también cierta ironía cervantina en el deseo del compositor de expresar los rasgos esenciales del carácter del Caballero en sólo quince minutos de música. Ese carácter –heroico, amatorio, loco–, es representado con una maestría total. Los primeros compases, con sus resonantes fanfarrias que levantan ecos de la mítica época de la caballería, pronto dan paso a una frase memorable que encierra todo el anhelo amoroso de Don Quijote.

Internamente el poema se organiza en doce números de distinto carácter, que representan lo heroico y lo amoroso. La primera idea se expresa con aires de fanfarria, mientras que la segunda está encomendada a la melodía protagonizada por oboe, violonchelo y arpa.


[1] Vicente Vayá Pla. Joaquín Rodrigo. Su vida y su obra. Real Musical, Madrid, 1977, pág. 73.
[2] Eduardo Moyano Zamora. Concierto de una vida. Memorias del maestro Rodrigo. Editorial Planeta, Barcelona, 1999, pág. 164.

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