La biografía de este famosísimo
compositor español (Sagunto (Valencia), 1901–Madrid, 1999), está al alcance de
cualquiera a través de toda clase de libros, diccionarios y enciclopedias.
Quizá sea el músico hispano más conocido después de Falla. Su Concierto de Aranjuez, escrito en 1939, es una de las obras clásicas de mayor
difusión discográfica. Rodrigo escribió, además, una gran cantidad de música,
entre la que destacan títulos como Zarabanda
lejana y villancico, Per la flor del Lliri Blau, Música para un códice
salmantino, Cántico de San Francisco de Asís, Fantasía para un gentilhombre… conciertos
para diversos solistas, música de cámara, para piano, canciones, incluso una
zarzuela titulada El hijo fingido.
Fue director de la sección de arte de la ONCE, jefe de departamento en RNE y profesor del
Conservatorio y de la
Universidad de Madrid.
Sobre el poema "Árboles, yerbas y
plantas", incluido en el capítulo XXVI de la primera parte de la novela
cervantina, Joaquín Rodrigo escribió su única contribución al tema quijotesco. Ausencias de Dulcinea, fue compuesta en
1948, en parte por el interés que
despertaban las 25.000 pesetas con que se premiaba una obra musical en el
concurso convocado con motivo del IV Centenario del nacimiento Cervantes en el
año anterior.
Está considerado como un poema sinfónico con la
intervención de solistas vocales, dura unos quince minutos y está escrito para
bajo o barítono, cuatro sopranos y una orquesta de grandes dimensiones (tres
flautas, dos oboes, dos clarinetes, dos fagotes, contrafagot, cuatro trompas,
tres trompetas, tres trombones, tuba, timbales, percusión, xilófono, celesta,
dos arpas y cuerda). Dedicado “A José
Greco”, obtuvo el primer premio del concurso referido. Fue estrenado en el
Teatro Español de Madrid, el 19 de abril de 1948 por Chano Gonzalo, bajo; María
Ángeles Morales, Carmen Pérez Durías, Celia Langa y Blanca María Seoane,
sopranos y el concurso de la Orquesta Nacional de España, bajo la dirección de
Eduardo Toldrá. El texto es cantado
básicamente por el bajo; las sopranos se limitan a entonar los versos que
sirven de estribillo a los versos cervantinos.
Para Vicente Vayá Pla[1], las
cuatro voces femeninas "representaban la obsesión de don Quijote por
Dulcinea. A estas voces se opondría la energía del bajo. El estreno de esta
obra constituyó uno de los mayores éxitos en la carrera de Rodrigo".
El propio Rodrigo en sus “memorias”, redactadas por Eduardo Moyano[2], nos
ofrece un interesante comentario sobre estas Ausencias:
“No fue fácil transportar a la
música las estrofas de Cervantes. Se alternan en ellas la grandeza con la
ironía, y esto resulta bastante complejo. Lo que sí me ayudó fue el estrambote
final que se repite tres veces. Recuerden. Dice siempre:
Aquí lloró don Quijote
ausencias de Dulcinea
del Toboso.
Sentí que podía utilizar cuatro
voces en torno a la de don Quijote y establecer de este modo los contrastes
entre lo caballeresco, lo ideal y lo burlesco. Mientras don Quijote canta en
serio, siempre en serio, la orquesta marca lo gracioso, y se obtiene así el
espíritu total de la poesía.
Las conmovedoras palabras “Aquí
lloró don Quijote ausencias de Dulcinea” desembocan inmediatamente en las voces
de las cuatro sopranos solistas que simbolizan la vana ilusión que es, y
siempre tiene que ser para el caballero, la figura de su amante. El hecho
extraordinario de utilizar no menos de cuatro sopranos en la obra se explica
porque ni al norte ni al sur, ni al este ni al oeste, encontrará don Quijote
ese fantasma que es su Dulcinea.”
Raymond Calcraft, en la introducción de la
partitura, escribe:
“Si la grandeza de la visión que
tiene Don Quijote de su propia vida y hazañas ha sugerido a Rodrigo una
orquestación grandiosa, con cinco voces solistas, hay sin embargo también
cierta ironía cervantina en el deseo del compositor de expresar los rasgos
esenciales del carácter del Caballero en sólo quince minutos de música. Ese
carácter –heroico, amatorio, loco–, es representado con una maestría total. Los
primeros compases, con sus resonantes fanfarrias que levantan ecos de la mítica
época de la caballería, pronto dan paso a una frase memorable que encierra todo
el anhelo amoroso de Don Quijote.
Internamente el poema se organiza en doce números
de distinto carácter, que representan lo heroico y lo amoroso. La primera idea
se expresa con aires de fanfarria, mientras que la segunda está encomendada a
la melodía protagonizada por oboe, violonchelo y arpa.
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