No es necesario dar demasiados detalles
de la vida de este director y compositor alemán (Munich, 1864–Garmisch
Partenkirchem 1949), pues es uno de los nombres mas importantes de la música
europea. Autor de óperas como Salomé
(1905), Electra (1909), El caballero
de la rosa (1911), La mujer sin
sombra (1919), y otras, se le considera el más importante cultivador del
poema sinfónico, forma a la que dio páginas como Don Juan (1888), Muerte y
transfiguración (1889), Las aventuras de Tilleulenspiegel (1895) o Así hablaba Zaratustra (1896). Escribió
también dos grandes sinfonías, la
Doméstica (1903) y la Alpina (1915), canciones y música de cámara,
pero a nosotros nos interesa su poema sinfónico Don Quijote, Op. 35, estrenado en Colonia, el 8 de marzo de 1898
por la Orquesta
Gürzenich, dirigidos por
Franz Wüllner, teniendo como solista de violonchelo a Hugo Becjer. La
obra no fue comprendida y, consecuentemente, no tuvo el éxito esperado.
Pintura de Ricardo Strauss |
De su importante producción orquestal nos
interesa su poema sinfónico Don Quijote, Op.
35, estrenado en Colonia, el 8 de marzo de 1898 por la Orquesta Gürzenich,
dirigidos por Franz Wüllner, teniendo
como solista de violonchelo a Hugo Becjer. La obra, de unos 45 minutos de
duración, no fue comprendida y, consecuentemente, no tuvo el éxito esperado.
Esta composición, cuyo título completo es
Don Quijote, variaciones fantásticas
sobre un tema caballeresco, está considerada como una de las mejores y más
interesantes de la temática quijotesca, y la primera entre las exclusivamente
instrumentales. También es la más escuchada en salas de concierto y la que más
veces ha pasado por los estudios de grabación. Es obra, densa, como lo son casi
todas las de Ricardo Strauss y nos presenta un Don Quijote intenso y humano,
aunque aparezca rodeado de sus más descabelladas y populares aventuras. Aunque
más adelante veremos su estructura, podemos decir que se divide en tres partes:
una primera describe la salud mental del
héroe, siguen una decena de variaciones relacionadas con distintas aventuras, y
se cierra con el retorno a la lucidez y la muerte del caballero manchego.
Por la información de que disponemos, el
poema sinfónico llegó a España, por primera vez, en 1905. Givanel (387) da
cuenta de ello:
”En 1905 este
rarísimo poema fue introducido en España, ejecutándose por vez primera en el
paraninfo de la
Universidad de Barcelona. Es una de las más refinadas obras
sinfónicas de Strauss, en la cual las meditaciones idealistas del héroe y sus
coloquios platónicos con Dulcinea alcanzan expresiones musicales de una belleza
lírica pocas veces igualada y de una sensibilidad sonora casi metafísica.”
En su discurso de ingreso en Bellas
Artes, Víctor Espinós escribe sobre el poema de Strauss que[1]:
“… un
maravilloso orquestador como él iba vistiendo de los grandes atuendos sonoros y
timbres diversos los diferentes avatares de su tema, y así nació el poema
sinfónico, integrado por diecisiete[2] variaciones, que en un
principio, como suele acontecer, parecieron caprichosas y aún censurables
extravagancias con sus deliciosas onomatopeyas carneriles y sus bufidos sobre
el hipogrifo de mentirijillas. En España conocimos esta importante obra bajo la
batuta inolvidable de Arbós[3] y mediante una versión
técnica y expresivamente inteligente de la Orquesta Sinfónica
de Madrid”.
Años después, en su volumen monográfico,
dedicó un amplio comentario a la composición:
“Estas
“variaciones fantásticas” son, en realidad, impresiones sucesivas, con
particular predominio de lo formal, salvo una excepción, donde todo el genial
artificio desaparece para dar paso a una efusión cordial, sincerísima, donde
fondo y forma se trenzan, se unen, se funden, en aras de una emoción
contagiosa. Extraviadamente se ha dicho que el Quijote de Strauss es una plaisanterie[4]
musical, que, durante cuarenta y cinco minutos obliga a trabajar
terriblemente a director, instrumentistas y auditorio, y en cuya producción se
han dilapidado energías extraordinarias... Nosotros creemos más bien que, no
habiendo logrado el autor sujetar a número y medida lo incoercible, procuró
plasmar lo visible, lo “ruidoso” del libro inmortal, y renunciando al poema
sinfónico propiamente dicho, se refugia en las variationen fantastiche, e hizo “servir” a la orquesta para cuanto
podría ser utilizada, en sus recursos de todo género, acrecidos con invenciones
empapadas en pintoresquismo denunciable.
Lo satírico y
lo cómico, es decir, lo más cruel de
la creación cervantina, se sobreponen en la partitura a lo más noblemente
espiritual que palpita, agazapado casi siempre, en la inmortal novela.
Página de la partituira completa |
En realidad, los temas
fundamentales son dos, y es más rápidamente reconocible el asignado a Sancho
que aquel que describe al hidalgo ingenioso: las tubas saben trocar su
misteriosa sonoridad en la irónica y plebeya y “parda” elocuencia personal del
malicioso escudero. Las descripciones llegan a términos de onomatopeya de
indiscutible valor y eficacia populares, como otras caricaturas sonoras: giro
de las aspas molineras, ronquidos descorteses de Sancho, irreverentes
flatulencias de tubas y contrafagotes, el bufar del postizo huracán que
envuelve al “Clavileño” en cromatismos desenfrenados, que apoya la wind–maschine[5],
la cual ahora sale al tablado como un personaje orquestal mas...”.
...
En la orquesta se oyen acaso,
sin fatigosas superposiciones o peleas, los temas principales de la obra. El
violonchelo bordea los desvaríos, como Don Quijote, y en bellísima línea
melódica, de punzante sabor romántico, nos conducirá al término de paz y de
luz, sin sacudidas, sin violencia.”
Strauss escribió una frases sobre el tema
y las variaciones de que consta su obra, explicación más clara que la anterior[6]:
·
Tema. Don Quijote, Caballero
de la Triste Figura
(solo de violonchelo); Sancho Panza, su escudero (Clarinete bajo, tuba tenor y
viola).
·
Primera variación. El
extravagante caballero monta a caballo y pronuncia su despedida a Dulcinea del
Toboso. Aventura de los molinos de
viento.
·
Segunda variación. Victorioso
combate contra las huestes del emperador Alifanfarón (en realidad un rebaño de
ovejas).
·
Tercera variación.
Conversaciones entre el caballero y su escudero. Sancho formula mil preguntas y
dice mil refranes. Don Quijote le contesta y tranquiliza prometiéndole una gran
recompensa, a saber: la mano de una doncella de la princesa.
·
Cuarta variación. Infortunado
encuentro con una procesión de disciplinantes que llevan en penitencia la
imagen de un santo ataviada con ropas femeniles. Don Quijote, sospechando que
se trata de un rapto, pelea con los penitentes y acaba siendo derribado.
·
Quinta variación. Vigilia de
Don Quijote, que piensa amorosamente en su lejana Dulcinea.
·
Sexta variación. Encuentro
con una moza campesina, que Sancho hace creer a su señor es Dulcinea, víctima
de un encantamiento.
·
Séptima variación. Viaje por
los aires. Unas nobles damas vendan los ojos al caballero y le engañan
haciéndole creer que vuela por los aires.
·
Octava variación. Desastroso
viaje en un barco encantado (barcarola). El barco zozobra bajo unas ruedas de
molino que Don Quijote toma por una fortaleza.
·
Novena variación. Combate
contra dos supuestos magos (dos clérigos sobre sus mulas).
·
Décima variación. Duelo con
el Caballero de la Blanca
Luna. Don Quijote es vencido, renuncia a la profesión de las
armas y regresa a su aldea para hacerse pastor.
·
Final. Recobrada la razón, el
caballero pasa sus últimos días lamentando sus locuras, Muerte de Don Quijote.
El propio Strauss añadió a esta detallada
descripción: “El tema no cambia en realidad, ni tampoco los personajes de Don
Quijote y Sancho Panza. Lo que cambian son los fondos, cuanto les rodea
armónica y rítmicamente; estos sí, son como un escenario móvil detrás de unos
autores fijos”.
Rogelio Vilar, en La Ilustración Española y Americana[7], comentaba la obra, y
entre otras ideas escribía:
“Las
variaciones son diez[8], en las cuales intenta
Strauss describir diez episodios de la obra inmortal de Cervantes, y se
titulan:
Primera salida y combate con los molinos de viento (interesante por las combinaciones instrumentales de la madera,
arpa y timbal).
Combate contra el ejército del emperador Alifanfarón (humorística y de mucho color por la habilidad con que están
imitados por medio de consonaciones de timbres, los balidos de los carneros).
Dichos, refranes y preguntas de Sancho (de un realismo encantador en su primera parte y muy poético
cuando Don Quijote sueña).
Aventura de los disciplinantes (colorista y de las más interesantes).
La vida de las armas (suave,
delicada, apasionada y vehemente, muy en carácter con el momento literario).
Encuentro con la falsa Dulcinea (muy cómica).
Viaje del Clavileño (ruidosa
y diabólica de gran efecto).
El viaje por los aires (hermosa página descriptiva).
Aventura del barco encantado (pintoresca).
Combate con dos encantadores transformados en
frailes (de raro color por la intervención de los
fagotes que cantan el motivo de la caballería y otro de carácter religioso).
Combate con el Caballero de la Blanca Luna.
Desde este
momento empieza la parte más grandiosa del poema. Al elemento pintoresco
sustituye la emoción; libre Strauss de las trabas que le impone el programa, se
abandona a su sentimiento, y a la parte del personaje de Cervantes. Todo el
dolor y la pesadumbre de verse derrotado, vencido, es interpretado por el genio
orquestal del compositor alemán, de mano maestra, produciendo honda emoción,
más por los elementos instrumentales acumulados que por la belleza de los temas
que, como es sabido, son, por lo general, en las obras de Strauss pobres, feos
y vulgares; aparte de que la dirección estética de la música de programa
elevada a los límites de la caricatura musical entraña groseros errores por su
falso realismo sobre el objeto y fin de la música que es un arte de
subjetivación”.
Más cerca de nuestro tiempo, César
Calmell, en su comentario al disco dirigido por Vladimir Ashkenazy, comenta:
“Don Quijote es, sin duda, uno de los más
importantes trabajos sinfónicos de Richard Strauss. Obra de madurez, no hay en
ella resabio alguno de ideas banales o del efectismo fácil que aquejan, a
veces, alguna de sus otras producciones. Diez escenas que ilustran otros tantos
célebres episodios del libro de Cervantes quedan cohesionadas formalmente entre
sí gracias a una magnífica utilización del tema con variaciones que representan
aquí las sucesivas transformaciones que atraviesan los pensamientos tanto de
Don Quijote como de Sancho Panza ante la serie de sucesos en que se hallan
inmersos. Porque no son hechos o realidades externas –fácilmente diluibles en
la dispersión- lo que aquí se nos narra, sino las evoluciones de dos caracteres
dialécticamente contrastados que avanzan reflexionando y sacando conclusiones
acerca de lo que les ocurre. Si nos apeamos del artilugio argumental, lo que
veremos pues, en realidad, son los dos temas de la forma sonata resolviendo
cada vez de manera distinta su oposición o complementariedad a través de las
diez variaciones en que su juego es presentado. Entendido así, este poema
sinfónico se convierte paradójicamente en un ejemplo fehaciente de la
concepción de las grandes formas puras del “veranillo de San Martín”
postromántico”.
No todas las opiniones que hemos tenido
ocasión de conocer sobre este poema sinfónico, son elogiosas. Parece que a
Rimsky-Korsakov no le gustaba, si hemos de juzgar por su comentario en una
carta fechada en Bruselas el 13 de marzo de 1900[9]:
“Hoy por la
mañana fui a lo de Gilson [un compositor y crítico belga]; tocó a petición mía
el prólogo de su ópera El demonio. No
me gusta su música. Tuve que refugiarme en frases convencionales (muy
ingeniosas). También me tocó su cantata para la inauguración de la Exposición y me regaló
la partitura para piano. Es una bellísima persona y un músico enamorado de la
música rusa. Tiene las partituras de Mlada
y Sadko y muchas otras, pero su
talento es pequeño y por eso escribe desprolijamente y en un estilo decadente.
Examinamos juntos un poco la partitura de Don
Quijote de Richard Strauss que él posee. Es una cacofonía indignante; traté
con todas mis fuerzas de expresar a Gilson mi completa repulsión y desprecio
hacia esta clase de música. Por lo visto, Gilson está de acuerdo conmigo... No
quiero visitar la ópera; dan Hamlet [de
Ambroise Thomas] y “Fenella” [nombre de la protagonista de la ópera La muda de Portici, de Auber] y esto no
es interesante. He leído la prensa de París y veo que allí dirigió ese
sinvergüenza de Richard Strauss su Don
Quijote, y ¡de esto escriben con toda seriedad el Fígaro y otros diarios!. Creo que si a alguien se le ocurriese
presentármelo, no le daría la mano...”
El propio Ricardo Strauss dirigió su obra
en el Teatro Real de Madrid el 9 de marzo de 1925 a la Orquesta Sinfónica,
teniendo como solista a Juan Antonio Ruiz-Casaus, violonchelista gaditano,
profesor del Conservatorio de Madrid e impulsor de la restauración de los
Stradivarius del Palacio Real. Según Andrés Ruiz Tarazona, la partitura que
utilizó Strauss en esta ocasión, se conserva en el archivo de la Orquesta Sinfónica
de Madrid con las anotaciones del compositor.
En 1932 se celebró en el Teatro Calderón
de Madrid un Festival Cervantino en el que intervino la Orquesta Sinfónica
interpretando obras de Telemann, Esplá, Purcell, Philidor, Falla y Strauss. Para
este concierto y para la obra de Strauss hubo
que alquilar “la única máquina de viento que existe en Madrid. Costó 10
pesetas trasladarla desde el teatro donde se encontraba al Calderón[10]”.
Existe una versión para piano a cuatro
manos y otra para violonchelo y piano; esta última realizada por Arthur
Willner.
Al parecer, en 1946 hubo un intento por
parte del equipo de dibujantes de Walt Disney, de convertir la obra de Strauss en
un cortometraje, en la línea de la popular película Fantasía.
[1] Espinós,
Op. Cit. Pág. 34.
[2]
Las variaciones son una decena; probablemente la cifra dada por Espinós se debe
a un simple error.
[3] Según la
biografía de Fernández Arbós escrita por el propio Espinós (El maestro Arbós. Al hilo del recuerdo. Espasa
Calpe. Madrid, 1942. Pág. 197.), el Don
Quijote fue estrenado en 1916, por lo que la audición de 1905 comentada por
Givanel, sería verdaderamente la primera en nuestro país.
[4] Burla.
[5] Máquina de
viento o “eóliphon”. Aparato usado para imitar el silbido del viento. Strauss,
la utiliza, además, en su Sinfonía
Alpina¸ Ravel en el Dafnis y Cloe y
Vaughan Williams en la Sinfonía Antártica.
[6] K.B.
Sandved. El mundo de la música, Espasa
Calpe, Madrid, 1962, pág. 788.
[7] Año, LX,
número 16, 30–4–1916, Pág. 255.
[8] En el
desarrollo posterior, estos diez fragmentos se convierten en once, porque
Villar ha considerado separados los dos que tienen que ver con el episodio de
Clavileño.
[9] La hemos
tomado de Kurt Pahlen. Mi ángel, mi todo,
mi yo. Librería Hachette. Buenos Aires, 1959, pág. 257.
[10] Carlos G. Amat. y J. Turina Gómez. La
Orquesta Sinfónica
de Madrid. Noventa años de Historia. Alianza Música, nº 68. Madrid, 1994,
pág. 98.
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