lunes, 10 de septiembre de 2018

Tomás Barrera. El carro de las cortes de la muerte.


En el libro sobre la historia de la Orquesta Sinfónica de Madrid, escrito por Carlos Gómez Amat y Joaquín Turina Gómez[1], figura el estreno, el 13 de noviembre de 1932, de una obra de Barrera con el siguiente título: El carro de las cortes de la muerte. Víctor Espinós en su biografía de Arbós también da cuenta de este estreno[2]. Igualmente, Roger Alier, en su obra sobre la zarzuela, cita una obra con este mismo título[3] al escribir el breve comentario biográfico del compositor. Además, también figura en el catálogo incluido en la biografía del compositor en el Diccionario de la Música Española e Hispanoamericana,  aunque dentro del apartado de música sinfónica.

En el catálogo de los fondos musicales de la SGAE[4], figura como “obra sinfónica”, para la que se requiere una plantilla formada por dos flautas, dos oboes, dos clarinetes, dos fagotes, cuatro trompas, dos trompetas, tres trombones, tuba, timbales, percusión, piano y cuerda.

Considerando la diferencia de fechas con la obra anterior, quizá ésta fuera una adaptación de parte de aquélla.



[1] Gómez Amat, C. y Turina, J. La Orquesta Sinfónica de Madrid. Noventa años de Historia. Alianza Música, nº 68. Madrid, 1994, pág. 98.
[2] Espinós. V, El maestro Arbós (Al hilo del recuerdo).Espasa Calpe. Madrid, 1942, pág. 182.
[3] Alier, R. y colab. El libro de la Zarzuela. Ediciones Daimon, Manuel Tamayo. Barcelona, 1982. Vol. I, pág. 168.
[4] VV.AA. Catálogo de los fondos musicales de la Sociedad General de Autores y Editores. Vol. II. Música Instrumental y vocal. SGAE. Madrid, 1995, pág. 43, núm. AS–331.

Tomás Barrera. El carro de la muerte.


El compositor Tomás Barrera (La Solana (Ciudad Real), 1870–Madrid,  1938), escribió mas de sesenta obras líricas de distinto tipo, entre las cuales alcanzaron fama títulos como El género ínfimo y  La señora Capitana. Influido por las ideas de Chapí sobre la música española, lo cual no es extraño, pues al llegar a Madrid el compositor alicantino se convirtió en su guía y mentor, Barrera fue uno de los promotores de la Sociedad de Autores.  Puso música a libretos de los Quintero, Arniches, Perrín y Palacios, García Álvarez, y otros, tanto de manera individual como en colaboración con otros compositores, especialmente con Vicente Lleó y Rafael Calleja. Fue también director de orquesta.

El carro de la muerte es una zarzuela fantástica extravagante en un acto, dividido en tres cuadros, en prosa, escrita por Sinesio Delgado, que se estrenó el 12 de abril de 1907 en el Teatro de la Zarzuela, de Madrid. Su acción transcurre en la “sierra de Ávila, verano, época actual”. 

La obra fue estrenada por los siguientes intérpretes: Balbina Albalat (La Reina del Molinete, comedianta), María Santa Cruz (La Bella Zaida, comedianta), Asunción Pastor (Cucú, comedianta), Julia Mesa (La Ricitos, comedianta), Irene Alba (La señora Ramona, madre de Ricitos), Josefina del Campo (la Duquesa de Torremormojón), Valentín González (Don Quijote), José Moncayo (Sancho), Antonio González (El Zoquete, banderillero), Manuel Caba (El Pupas, banderillero), Enrique Gandía (Silvio Leal, comediante), Luis Bayo (El Duque de Torremormojón), Felipe Arguyó (Bernardo, pastor), Aurelio Delgado (Colás, pastor) y José Galerón (El marquesito). Además, pastores, cupletistas, clowns, pierretes, excéntricos, damas y caballeros convidados

En cuanto a los números musicales, forman la zarzuela:  Cuadro I. Preludio instrumental, “descriptivo de la noche de verano”. Coro de Silvio y las mujeres. La Reina del Molinete, la Bella Zaida, Cucú, la Ricitos, Don Quijote y Sancho (“Surgen de las sombras”). Tempo de seguidillas. Cuadro II. Coro de pastores. Pastores, Colás y Bernardo (“Mirar hacia arriba”). Cuadro III. Dúo coreado del ensayo Silvio y ocho bayaderas (“Detrás de esos chopos”). Cuplés coreados de Zaida (“Bien decía el Marquesito”). Tango canallesco, orquesta. Galop final, baile solo. Don Quijote, Sancho, Marqués y bailarines.

Argumento. Cuadro I. Don Quijote y Sancho duermen en el monte cuando les despierta un extraño canto[1] entonado por el Zoquete y El Pupas, dos pobres novilleros. En la conversación subsiguiente nos enteramos de que Don Quijote ha sido sacado de su sepultura para celebrar su centenario[2], pero los festejos que se preparan en su honor le decepcionan y encuentra a España tan cambiada (ya hay incluso ferrocarril) que decide regresar a su tumba y en su búsqueda anda. Los maletillas se retiran y al poco aparece un carro de comediantes, “con carga de mujeres con vestidos  ricos y vistosos”, que Don Quijote cree prisioneras de Silvio. Los comediantes cantan y bailan  [Coro de Silvio y las mujeres] y ellas coquetean con el caballero, al que han reconocido. Las mujeres, a requerimiento de Don Quijote, confiesan estar en esa profesión por la necesidad de comer, lo que da pie al caballero para salir en su amparo, pero tendrá que hacerlo a pie porque los novilleros le han robado a Rocinante, y el rucio a Sancho.

Cuadro II. Estamos en un bosque en el se encuentra un grupo de pastores [Coro de pastores]. El Duque y la Duquesa aparecen extrañamente vestidos de automovilistas y los pastores salen en su persecución. A los gritos de auxilio de la Duquesa acude Don Quijote y tras salvarla, es invitado por la dama a subir al automóvil y seguir así camino hasta el pueblo cercano.

Cuadro III. Plazoleta del pueblo. Silvio dirige a un grupo de bayaderas [Dúo coreado del ensayo] y tras el ensayo Sancho, solo, reflexiona sobre su mala suerte y la de su amo que ha sido encarcelado por el Duque. Aparece Ramona, que confunde a Sancho con uno de los titiriteros y le confiesa que está buscando a Zoquete, quien se le llevó una hija que es, ni más ni menos, que La Ricitos. Cantando Ramona la historia de su vida al sorprendido Sancho, aparece Don Quijote dispuesto a abandonar el pueblo, pero en ese momento, se escuchan los gritos de socorro de Zoquete que ha sido encontrado por Ramona. Tras una discusión en la que el caballero trata de mediar, Zoquete consigue huir. Los comediantes representan su función [Cuplés de Zaida] y bailan, incluso [Tango canallesco]. Don Quijote interrumpe el espectáculo tratando de rescatar a La Ricitos, pero lo que consigue es que le apaleen al tiempo que comienza un “galop de las banderas” [Galop final] desenfrenado y cancanesco. Don Quijote, maltrecho y en el suelo, pide a Sancho que le envuelva en una de las banderas y le devuelva al sepulcro.

Comentario. El carro de la muerte,  dedicada por Sinesio Delgado a Luis Pascual Frutos, “en prueba de verdadera amistad”, es un Quijote trasplantado a un mundo actual –el de entonces– en el que el caballero continúa con sus obsesiones y desvaríos alrededor de los personajes que le han tocado en suerte. El ambiente que se describe es deliberadamente grotesco. No otra conclusión se desprende del argumento que acabamos de resumir y aún de algunos detalles complementarios al texto como son las descripciones de las vestimentas de los comediantes y los duques. Para los primeros, el libreto indica: “...Silvio Lilial, con frac rojo, calzón de seda, pelo lacio pegado a las sienes, monóculo grande y sombrero flexible, graciosamente arrugado. Lleva en la diestra un gran farol modernista”. Las cuatro mujeres que le acompañan, es decir la Reina del Molinete, la Bella Zaida, Cucú y La Ricitos,  han de llevar trajes “caprichosos y brillantes a gusto de las consumidas”. Los duques “visten trajes de automovilistas, exactamente iguales. Guardapolvo gris hasta los pies, gorra con orejeras y tapabocas y grandes anteojos que les cubren casi toda la cara. Entre unas cosas y otras, de las personas se descubre muy poco y parecen dos bichos raros enteramente”.

La obra es pobre, un simple entretenimiento para la que Espinós no tiene la más mínima piedad:

No se puede afirmar que esta obra sea una interpretación musical de un episodio del Quijote; pero la presencia de los dos protagonistas en esta fábula de El carro de la muerte, sugerida por el recuerdo de aquella peripecia del caballero y su servidor con la carreta que trasladaba a los cómicos del bululú de Angulo el Malo, donde tiene su fundamento el capítulo XXI[3] de la segunda parte del gran libro, fue la razón por la que quedó incluida entre las piezas de la colección allegada por el Ayuntamiento de Madrid. Dada la mediocre calidad de un libreto inferior, era muy difícil escribir sobre él una partitura digna de atención. Se trata, en último término, de una zarzuela de ínfima categoría, y, desde luego, mucho menos estimable que otras compuestas por el manchego Barrera con algún provecho, en los instantes de auge del llamado "género chico".
No hay dignidad literaria  en el cañamazo diremos poético de El carro de la muerte, el cual no puede quedar ennoblecido por su sola alusión al libro maravilloso y a sus principales figuras, y aún menos tratándolas con irreverencia y plebeyez deplorables.
La música, de aplanadora vulgaridad, apenas acusa algún rasgo capaz de elevar el menguado concepto que es preciso formar ante aquella sucesión de couplets, tangos, canciones seudorientales y coros sin el menor relieve, a cargo de la "bella Zaida", la "Reina del Molinete", la "Ricitos", las bayaderas, y otros tipos de varietés de último rango, sucios estribillos y danzas no más limpias.

Givanel fue menos riguroso:

No hacía referencia, a pesar de lo que sugiere el título, a ningún pasaje famoso de la novela cervantina. La época de la acción era la contemporánea nuestra; pero entre sus personajes –y únicamente por esto la citamos– figuraba, no obstante, Don Quijote.


En esta misma obra, que también aparece citada con el erróneo título de Don Quijote de La Mancha se utilizan palabras textuales extraídas del Quijote, aunque los protagonistas hablan en su lenguaje habitual.




[1] Es el otrora famoso “Tango del morrongo”, pícaro número de Enseñanza libre, de  Perrín y Palacios con música de Giménez, estrenado en diciembre de 1901 en el Teatro Eslava.
[2] Es claro que se refiere al III Centenario.
[3] Se trata de un pequeño error; la única vez que se cita a Angulo el Malo, sobrenombre del comediante cordobés Andrés Angulo, es en el capítulo XI, de la segunda parte. Don Quijote encuentra “recitantes de la compañía de Angulo el Malo”,  vestidos con ropas teatrales porque acaban de representar el auto de Las Cortes de la Muerte y van a repetirlo en otro lugar, tan cercano, que nos les ha merecido la pena cambiarse.

Tomás Barrera. El celoso extremeño.


El celoso extremeño, zarzuela en un acto y tres cuadros, escrita por Gonzalo Cantó y Pablo Parellada,  “inspirada en una novela de Cervantes”, y con música de Tomás Barrera, se estrenó, “con gran aplauso”, en el Teatro Apolo de Madrid, el 17 de marzo de 1908.  Fue dedicada “A nuestros buenos amigos don Blas Hernández y don Buenaventura Guillén Engo, distinguido ingeniero y notable abogado, respectivamente. Los Autores”.

La obra fue bien recibida, el público gustó de la representación y la crítica califició de muy buena la adaptación.
El cronista “Chispero[1]”. escribe que el maestro Barrera “hizo una linda y bien ambientada partitura, de la que sobresalió –y se bisaron– una jota, una zarabanda y una magnífica chacona.

Los personajes e intérpretes de esta obra fueron los siguientes: Leonora, 16 años[2], esposa de Carrizales (Pilar Pérez),  Marialonso, 60 años, criada de Leonora (Sra. Vidal); Ceonore, Violante y Guiomar, criadas de Leonora (Srtas. Moreu, Espinosa y Sánchez Imaz, respectivamente); Zayda, bailarina, que no habla (Sra. Carrión);  Don Felipe de Carrizales, 70 años, esposo de Leonora (Sr. Ruiz de Arana); Don Juan de Loaysa, estudiante, (Sr. Gandía); Rinconete, 20 años, un pícaro (Sr. Moncayo); Cortadillo, 18 años, un pícaro, (Sr. Manzano); Ventero (Sr. García Valero); Alcalde (Sr. Gordillo); y Alguacil (Sr. Medina); además, aldeanos, aldeanas, esclavas, alguaciles y cuadrilleros.

Ellos fueron intérpretes de los siete números musicales de que consta: Cuadro I. Introducción y coro. Salve (Coro) (“Salve, salve”). Dúo de Rinconete y Cortadillo. Jota (“Diego del Cortado, Pedro del Rincón”). Coro y escena de la farsa. Coro, Loaysa, Cortadillo, Rinconete (“Corriendo venid”). Cuadro II. Romanza de Loaysa (“Madre la mi madre”). Cuadro III. Escena. Esclavas, Guiomar, Leonora, Rinconete, Cortadillo (“Muy bien. Bien va”). Danza oriental.Dúo de Loaysa y Leonora (“¿Tembláis? Ved que no hay por qué”)

Su acción, ambientada en el siglo XVI, desarrolla el siguiente resumen argumental.

Cuadro I. Plaza de un pueblo de Andalucía. Es de noche; algunas gentes entran en la iglesia en la que se escucha el órgano del coro [Salve]. Loaysa, el ventero, Rinconete y  Cortadillo entran  en la plaza charlando animadamente y comentan la boda de una bella mujer (Leonora), con un vejestorio (Carrizales), llegado de las Indias, cargado de oro, y  extraordinariamente  celoso. El Ventero y Loaysa dejan el grupo  en busca de la bolsa que cree haber olvidado; no se ha dado cuenta de que Cortadillo se la ha quitado. Al quedar solos, Rinconete y Cortadillo se presentan y presumen de sus habilidades [Dúo de Rinconete y Cortadillo]. Ha terminado la misa y regresan el Ventero y Loaysa que tiene un especial interés por ver a Leonora. Rinconete y Cortadillo proponen una treta para conseguirlo. Salen de la iglesia Carrizales, Leonora y sus damas de compañía. El marido, celoso, recrimina a su esposa una supuesta mirada del sacristán, cuando Rinconete y Cortadillo se enzarzan en una pelea con la que consiguen separar a Leonora del grupo y quitarla el manto que la cubre. El alcalde y sus alguaciles tratan de aclarar el origen de la pelea y Loaysa aprovecha para devolver el manto a Leonora con un gentil requiebro.  Carrizales, por su parte, pide al alcalde que le proteja de las gentes que se ríen de él a su paso y envía a Marialonso a comprar muñecas para su esposa a la que considera una niña. Al retirarse, Leonora descubre una carreta de comediantes, pero su esposo no la permite ver la representación que inician Loaysa, Cortadillo y Rinconete [Escena de la farsa]. Los comediantes representan una escena mitológica. A su fin, llega Marialonso con la pretensión de ver la función para contársela a su ama.  Loaysa  propone repetirla en casa de Carrizales, y soborna a la criada que deberá allanar las dificultades.

Cuadro II. Vestíbulo de la casa–palacio de Carrizales. Es de noche. En la calle se oyen guitarras y bandurrias y las mujeres de la casa escuchan interesadas aunque inquietas; de Carrizales y de los hombres no hay que preocuparse porque el bebedizo que les han suministrado ha hecho su efecto. Las mujeres verán a los cómicos desde un pequeño agujero, pues Carrizales, en su celosa obsesión, ha colocado las ventanas de la estancia a una altura imposible de alcanzar. Maríalonso abre la puerta de la casa para que los comediantes accedan al zaguán. Libre la entrada, Loaysa canta [Romanza de Loaysa] intencionadamente[3]. Tras el canto, las criadas salen al vestíbulo y elogian a los comediantes. Loaysa propone bailar la zarabanda para lo cual habría que pasar a la casa, pues el suelo de tierra del zaguán no permite las evoluciones del baile. Leonor se opone, pero ante la hábil insistencia de los músicos, termina accediendo.

Cuadro III. Suntuoso salón del palacio[4]. Los personajes bailan la zarabanda y admiran una danza oriental[5]. La fiesta se interrumpe cuando entra Guiomar anunciando que Carrizales se ha despertado. Todos huyen, menos Leonora, Loaysa, que está dispuesto a pelear con Carrizales, y Marialonso, que busca una salida airosa para el problema. El aviso de Guiomar es falso y da pie a que Loaysa trate de aplacar el nerviosismo de Leonora; la conversación terminará en una declaración amorosa [Dúo de Loaysa y Leonora]. Algo más tarde, la envidiosa Guiomar consigue despertar al amo que entra en la escena inquieto. Le acompañan el alcalde y los alguaciles que traen presos a Rinconete y Cortadillo. Carrizales pregunta y Leonor trata de impedir que el alcalde abra el arcón donde Loaysa se ha escondido a toda prisa. Leonora se opone y cuando su marido sugiere que tiren el arca por la ventana, la mujer no puede evitar un grito: se ha delatado. El arca es abierta, pero está vacía. En ese momento, unos cuadrilleros entran con Loaysa,  al que han apresado en el río. Todo parece claro y el alcalde propone llevarse a Loaysa, pero Carrizales lo impide con una reflexión pública: la culpa de todo la tienen sus celos. Y apunta la solución al problema: Leonora ingresará en un convento y cuando él muera, que se case con Loaysa y ambos disfruten de toda su hacienda.

Comentario. El celoso extremeño tuvo una buena acogida, no sólo porque en el libreto se imprimiera que se estrenó “con gran aplauso”, sino que se incluye en él el reparto de su presentación en Valencia, a cargo de intérpretes diferentes a los del estreno madrileño. Desgraciadamente no figura la fecha de la representación valenciana

Digamos por último, que en el libreto figuran un par de indicaciones sobre la vestimenta de Rinconete y Cortadillo. Son éstas: “Rinconete, de sombrero sin pluma ni cinta, y media espada. Cortadillo, montera de cazador, verde, y cuchillo grande”. No existe ninguna otra sugerencia relativa al resto de los personajes. J.P.M.



[1] “Chispero” (Víctor Ruiz Albéniz). Teatro Apolo. Historial, anecdotario y estampas madrileñas de su tiempo (1873–1929). Prensa Castellana, Madrid, 1953. pág. 388.   
[2] No es frecuente que figure la edad de los personajes, de manera tan concreta, en el reparto.
[3] En el libreto se indica que la segunda estrofa de este fragmento “puede suprimirse”.
[4] El libreto incluye un esquema detallado de cómo han de colocarse las más de 30 personas, incluidas las bailarinas, que intervienen.
[5] El libro indica que si no se dispone de bailarina que se encargue del personaje de Zayda, puede suprimirse la “danza oriental”.