El compositor
Tomás Barrera (La Solana (Ciudad Real), 1870–Madrid, 1938), escribió mas de sesenta obras líricas
de distinto tipo, entre las cuales alcanzaron fama títulos como El género ínfimo y La señora Capitana. Influido
por las ideas de Chapí sobre la música española, lo cual no es extraño, pues al
llegar a Madrid el compositor alicantino se convirtió en su guía y mentor,
Barrera fue uno de los promotores de la Sociedad de Autores. Puso música a libretos de los Quintero,
Arniches, Perrín y Palacios, García Álvarez, y otros, tanto de manera
individual como en colaboración con otros compositores, especialmente con
Vicente Lleó y Rafael Calleja. Fue también director de orquesta.
El carro de la muerte es una zarzuela fantástica
extravagante en un acto, dividido en tres cuadros, en prosa, escrita por
Sinesio Delgado, que se estrenó el 12 de abril de 1907 en el Teatro de la Zarzuela, de Madrid. Su
acción transcurre en la “sierra de Ávila, verano, época actual”.
La obra fue estrenada por los siguientes
intérpretes: Balbina Albalat (La
Reina del Molinete, comedianta), María Santa Cruz (La Bella Zaida,
comedianta), Asunción Pastor (Cucú, comedianta), Julia Mesa (La Ricitos, comedianta),
Irene Alba (La señora Ramona, madre de Ricitos), Josefina del Campo (la Duquesa de Torremormojón),
Valentín González (Don Quijote), José Moncayo (Sancho), Antonio González (El
Zoquete, banderillero), Manuel Caba (El Pupas, banderillero), Enrique Gandía
(Silvio Leal, comediante), Luis Bayo (El Duque de Torremormojón), Felipe Arguyó
(Bernardo, pastor), Aurelio Delgado (Colás, pastor) y José Galerón (El
marquesito). Además, pastores, cupletistas, clowns, pierretes, excéntricos,
damas y caballeros convidados
En cuanto a los números musicales, forman la
zarzuela: Cuadro I. Preludio
instrumental, “descriptivo de la noche de verano”. Coro de Silvio y las mujeres.
La Reina del Molinete, la Bella Zaida, Cucú, la Ricitos, Don Quijote y Sancho
(“Surgen de las sombras”). Tempo de seguidillas. Cuadro II. Coro de pastores. Pastores,
Colás y Bernardo (“Mirar hacia arriba”). Cuadro III. Dúo coreado del ensayo Silvio
y ocho bayaderas (“Detrás de esos chopos”). Cuplés coreados de Zaida (“Bien
decía el Marquesito”). Tango canallesco, orquesta. Galop final, baile solo. Don
Quijote, Sancho, Marqués y bailarines.
Argumento. Cuadro I. Don Quijote y Sancho duermen en el
monte cuando les despierta un extraño canto[1]
entonado por el Zoquete y El Pupas, dos pobres novilleros. En la conversación
subsiguiente nos enteramos de que Don Quijote ha sido sacado de su sepultura
para celebrar su centenario[2], pero
los festejos que se preparan en su honor le decepcionan y encuentra a España
tan cambiada (ya hay incluso ferrocarril) que decide regresar a su tumba y en
su búsqueda anda. Los maletillas se retiran y al poco aparece un carro de
comediantes, “con carga de mujeres con vestidos
ricos y vistosos”, que Don Quijote cree prisioneras de Silvio. Los
comediantes cantan y bailan [Coro de Silvio y las mujeres] y ellas
coquetean con el caballero, al que han reconocido. Las mujeres, a requerimiento
de Don Quijote, confiesan estar en esa profesión por la necesidad de comer, lo
que da pie al caballero para salir en su amparo, pero tendrá que hacerlo a pie
porque los novilleros le han robado a Rocinante, y el rucio a Sancho.
Cuadro II. Estamos en un bosque en el se
encuentra un grupo de pastores [Coro de
pastores]. El Duque y la
Duquesa aparecen extrañamente vestidos de automovilistas y
los pastores salen en su persecución. A los gritos de auxilio de la Duquesa acude Don Quijote
y tras salvarla, es invitado por la dama a subir al automóvil y seguir así
camino hasta el pueblo cercano.
Cuadro III. Plazoleta del pueblo. Silvio dirige
a un grupo de bayaderas [Dúo coreado del
ensayo] y tras el ensayo Sancho, solo, reflexiona sobre su mala suerte y la
de su amo que ha sido encarcelado por el Duque. Aparece Ramona, que confunde a
Sancho con uno de los titiriteros y le confiesa que está buscando a Zoquete,
quien se le llevó una hija que es, ni más ni menos, que La Ricitos. Cantando
Ramona la historia de su vida al sorprendido Sancho, aparece Don Quijote
dispuesto a abandonar el pueblo, pero en ese momento, se escuchan los gritos de
socorro de Zoquete que ha sido encontrado por Ramona. Tras una discusión en la
que el caballero trata de mediar, Zoquete consigue huir. Los comediantes
representan su función [Cuplés de Zaida]
y bailan, incluso [Tango canallesco].
Don Quijote interrumpe el espectáculo tratando de rescatar a La Ricitos, pero lo que consigue
es que le apaleen al tiempo que comienza un “galop de las banderas” [Galop final] desenfrenado y cancanesco.
Don Quijote, maltrecho y en el suelo, pide a Sancho que le envuelva en una de
las banderas y le devuelva al sepulcro.
Comentario. El carro de la muerte, dedicada por Sinesio Delgado a Luis
Pascual Frutos, “en prueba de verdadera amistad”, es un Quijote trasplantado a
un mundo actual –el de entonces– en el que el caballero continúa con sus
obsesiones y desvaríos alrededor de los personajes que le han tocado en suerte.
El ambiente que se describe es deliberadamente grotesco. No otra conclusión se
desprende del argumento que acabamos de resumir y aún de algunos detalles
complementarios al texto como son las descripciones de las vestimentas de los
comediantes y los duques. Para los primeros, el libreto indica: “...Silvio
Lilial, con frac rojo, calzón de seda, pelo lacio pegado a las sienes, monóculo
grande y sombrero flexible, graciosamente arrugado. Lleva en la diestra un gran
farol modernista”. Las cuatro mujeres que le acompañan, es decir la Reina del Molinete, la Bella Zaida, Cucú y La Ricitos, han de llevar trajes “caprichosos y
brillantes a gusto de las consumidas”. Los duques “visten trajes de
automovilistas, exactamente iguales. Guardapolvo gris hasta los pies, gorra con
orejeras y tapabocas y grandes anteojos que les cubren casi toda la cara. Entre
unas cosas y otras, de las personas se descubre muy poco y parecen dos bichos
raros enteramente”.
La obra es pobre, un simple entretenimiento para
la que Espinós no tiene la más mínima piedad:
No se puede afirmar
que esta obra sea una interpretación musical de un episodio del Quijote; pero la presencia de los dos
protagonistas en esta fábula de El carro
de la muerte, sugerida por el recuerdo de aquella peripecia del caballero y
su servidor con la carreta que trasladaba a los cómicos del bululú de Angulo el
Malo, donde tiene su fundamento el capítulo XXI[3] de la
segunda parte del gran libro, fue la razón por la que quedó incluida entre las
piezas de la colección allegada por el Ayuntamiento de Madrid. Dada la mediocre
calidad de un libreto inferior, era muy difícil escribir sobre él una partitura
digna de atención. Se trata, en último término, de una zarzuela de ínfima
categoría, y, desde luego, mucho menos estimable que otras compuestas por el
manchego Barrera con algún provecho, en los instantes de auge del llamado
"género chico".
No hay dignidad
literaria en el cañamazo diremos poético
de El carro de la muerte, el cual no
puede quedar ennoblecido por su sola alusión al libro maravilloso y a sus
principales figuras, y aún menos tratándolas con irreverencia y plebeyez
deplorables.
La música, de
aplanadora vulgaridad, apenas acusa algún rasgo capaz de elevar el menguado
concepto que es preciso formar ante aquella sucesión de couplets, tangos, canciones seudorientales y coros sin el menor
relieve, a cargo de la "bella Zaida", la "Reina del
Molinete", la "Ricitos", las bayaderas, y otros tipos de varietés de último rango, sucios
estribillos y danzas no más limpias.
Givanel fue menos riguroso:
No hacía
referencia, a pesar de lo que sugiere el título, a ningún pasaje famoso de la
novela cervantina. La época de la acción era la contemporánea nuestra; pero
entre sus personajes –y únicamente por esto la citamos– figuraba, no obstante,
Don Quijote.
En esta misma obra, que también aparece citada
con el erróneo título de Don Quijote de La Mancha se utilizan palabras textuales extraídas del Quijote, aunque los protagonistas hablan
en su lenguaje habitual.
[1] Es el otrora famoso “Tango del
morrongo”, pícaro número de Enseñanza
libre, de Perrín y Palacios con
música de Giménez, estrenado en diciembre de 1901 en el Teatro Eslava.
[2] Es claro que se refiere al III
Centenario.
[3] Se trata de un pequeño error; la
única vez que se cita a Angulo el Malo, sobrenombre del comediante cordobés
Andrés Angulo, es en el capítulo XI, de la segunda parte. Don Quijote encuentra
“recitantes de la compañía de Angulo el Malo”,
vestidos con ropas teatrales porque acaban de representar el auto de Las Cortes de la Muerte y van a repetirlo en otro lugar, tan
cercano, que nos les ha merecido la pena cambiarse.
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