lunes, 10 de septiembre de 2018

Tomás Barrera. El carro de la muerte.


El compositor Tomás Barrera (La Solana (Ciudad Real), 1870–Madrid,  1938), escribió mas de sesenta obras líricas de distinto tipo, entre las cuales alcanzaron fama títulos como El género ínfimo y  La señora Capitana. Influido por las ideas de Chapí sobre la música española, lo cual no es extraño, pues al llegar a Madrid el compositor alicantino se convirtió en su guía y mentor, Barrera fue uno de los promotores de la Sociedad de Autores.  Puso música a libretos de los Quintero, Arniches, Perrín y Palacios, García Álvarez, y otros, tanto de manera individual como en colaboración con otros compositores, especialmente con Vicente Lleó y Rafael Calleja. Fue también director de orquesta.

El carro de la muerte es una zarzuela fantástica extravagante en un acto, dividido en tres cuadros, en prosa, escrita por Sinesio Delgado, que se estrenó el 12 de abril de 1907 en el Teatro de la Zarzuela, de Madrid. Su acción transcurre en la “sierra de Ávila, verano, época actual”. 

La obra fue estrenada por los siguientes intérpretes: Balbina Albalat (La Reina del Molinete, comedianta), María Santa Cruz (La Bella Zaida, comedianta), Asunción Pastor (Cucú, comedianta), Julia Mesa (La Ricitos, comedianta), Irene Alba (La señora Ramona, madre de Ricitos), Josefina del Campo (la Duquesa de Torremormojón), Valentín González (Don Quijote), José Moncayo (Sancho), Antonio González (El Zoquete, banderillero), Manuel Caba (El Pupas, banderillero), Enrique Gandía (Silvio Leal, comediante), Luis Bayo (El Duque de Torremormojón), Felipe Arguyó (Bernardo, pastor), Aurelio Delgado (Colás, pastor) y José Galerón (El marquesito). Además, pastores, cupletistas, clowns, pierretes, excéntricos, damas y caballeros convidados

En cuanto a los números musicales, forman la zarzuela:  Cuadro I. Preludio instrumental, “descriptivo de la noche de verano”. Coro de Silvio y las mujeres. La Reina del Molinete, la Bella Zaida, Cucú, la Ricitos, Don Quijote y Sancho (“Surgen de las sombras”). Tempo de seguidillas. Cuadro II. Coro de pastores. Pastores, Colás y Bernardo (“Mirar hacia arriba”). Cuadro III. Dúo coreado del ensayo Silvio y ocho bayaderas (“Detrás de esos chopos”). Cuplés coreados de Zaida (“Bien decía el Marquesito”). Tango canallesco, orquesta. Galop final, baile solo. Don Quijote, Sancho, Marqués y bailarines.

Argumento. Cuadro I. Don Quijote y Sancho duermen en el monte cuando les despierta un extraño canto[1] entonado por el Zoquete y El Pupas, dos pobres novilleros. En la conversación subsiguiente nos enteramos de que Don Quijote ha sido sacado de su sepultura para celebrar su centenario[2], pero los festejos que se preparan en su honor le decepcionan y encuentra a España tan cambiada (ya hay incluso ferrocarril) que decide regresar a su tumba y en su búsqueda anda. Los maletillas se retiran y al poco aparece un carro de comediantes, “con carga de mujeres con vestidos  ricos y vistosos”, que Don Quijote cree prisioneras de Silvio. Los comediantes cantan y bailan  [Coro de Silvio y las mujeres] y ellas coquetean con el caballero, al que han reconocido. Las mujeres, a requerimiento de Don Quijote, confiesan estar en esa profesión por la necesidad de comer, lo que da pie al caballero para salir en su amparo, pero tendrá que hacerlo a pie porque los novilleros le han robado a Rocinante, y el rucio a Sancho.

Cuadro II. Estamos en un bosque en el se encuentra un grupo de pastores [Coro de pastores]. El Duque y la Duquesa aparecen extrañamente vestidos de automovilistas y los pastores salen en su persecución. A los gritos de auxilio de la Duquesa acude Don Quijote y tras salvarla, es invitado por la dama a subir al automóvil y seguir así camino hasta el pueblo cercano.

Cuadro III. Plazoleta del pueblo. Silvio dirige a un grupo de bayaderas [Dúo coreado del ensayo] y tras el ensayo Sancho, solo, reflexiona sobre su mala suerte y la de su amo que ha sido encarcelado por el Duque. Aparece Ramona, que confunde a Sancho con uno de los titiriteros y le confiesa que está buscando a Zoquete, quien se le llevó una hija que es, ni más ni menos, que La Ricitos. Cantando Ramona la historia de su vida al sorprendido Sancho, aparece Don Quijote dispuesto a abandonar el pueblo, pero en ese momento, se escuchan los gritos de socorro de Zoquete que ha sido encontrado por Ramona. Tras una discusión en la que el caballero trata de mediar, Zoquete consigue huir. Los comediantes representan su función [Cuplés de Zaida] y bailan, incluso [Tango canallesco]. Don Quijote interrumpe el espectáculo tratando de rescatar a La Ricitos, pero lo que consigue es que le apaleen al tiempo que comienza un “galop de las banderas” [Galop final] desenfrenado y cancanesco. Don Quijote, maltrecho y en el suelo, pide a Sancho que le envuelva en una de las banderas y le devuelva al sepulcro.

Comentario. El carro de la muerte,  dedicada por Sinesio Delgado a Luis Pascual Frutos, “en prueba de verdadera amistad”, es un Quijote trasplantado a un mundo actual –el de entonces– en el que el caballero continúa con sus obsesiones y desvaríos alrededor de los personajes que le han tocado en suerte. El ambiente que se describe es deliberadamente grotesco. No otra conclusión se desprende del argumento que acabamos de resumir y aún de algunos detalles complementarios al texto como son las descripciones de las vestimentas de los comediantes y los duques. Para los primeros, el libreto indica: “...Silvio Lilial, con frac rojo, calzón de seda, pelo lacio pegado a las sienes, monóculo grande y sombrero flexible, graciosamente arrugado. Lleva en la diestra un gran farol modernista”. Las cuatro mujeres que le acompañan, es decir la Reina del Molinete, la Bella Zaida, Cucú y La Ricitos,  han de llevar trajes “caprichosos y brillantes a gusto de las consumidas”. Los duques “visten trajes de automovilistas, exactamente iguales. Guardapolvo gris hasta los pies, gorra con orejeras y tapabocas y grandes anteojos que les cubren casi toda la cara. Entre unas cosas y otras, de las personas se descubre muy poco y parecen dos bichos raros enteramente”.

La obra es pobre, un simple entretenimiento para la que Espinós no tiene la más mínima piedad:

No se puede afirmar que esta obra sea una interpretación musical de un episodio del Quijote; pero la presencia de los dos protagonistas en esta fábula de El carro de la muerte, sugerida por el recuerdo de aquella peripecia del caballero y su servidor con la carreta que trasladaba a los cómicos del bululú de Angulo el Malo, donde tiene su fundamento el capítulo XXI[3] de la segunda parte del gran libro, fue la razón por la que quedó incluida entre las piezas de la colección allegada por el Ayuntamiento de Madrid. Dada la mediocre calidad de un libreto inferior, era muy difícil escribir sobre él una partitura digna de atención. Se trata, en último término, de una zarzuela de ínfima categoría, y, desde luego, mucho menos estimable que otras compuestas por el manchego Barrera con algún provecho, en los instantes de auge del llamado "género chico".
No hay dignidad literaria  en el cañamazo diremos poético de El carro de la muerte, el cual no puede quedar ennoblecido por su sola alusión al libro maravilloso y a sus principales figuras, y aún menos tratándolas con irreverencia y plebeyez deplorables.
La música, de aplanadora vulgaridad, apenas acusa algún rasgo capaz de elevar el menguado concepto que es preciso formar ante aquella sucesión de couplets, tangos, canciones seudorientales y coros sin el menor relieve, a cargo de la "bella Zaida", la "Reina del Molinete", la "Ricitos", las bayaderas, y otros tipos de varietés de último rango, sucios estribillos y danzas no más limpias.

Givanel fue menos riguroso:

No hacía referencia, a pesar de lo que sugiere el título, a ningún pasaje famoso de la novela cervantina. La época de la acción era la contemporánea nuestra; pero entre sus personajes –y únicamente por esto la citamos– figuraba, no obstante, Don Quijote.


En esta misma obra, que también aparece citada con el erróneo título de Don Quijote de La Mancha se utilizan palabras textuales extraídas del Quijote, aunque los protagonistas hablan en su lenguaje habitual.




[1] Es el otrora famoso “Tango del morrongo”, pícaro número de Enseñanza libre, de  Perrín y Palacios con música de Giménez, estrenado en diciembre de 1901 en el Teatro Eslava.
[2] Es claro que se refiere al III Centenario.
[3] Se trata de un pequeño error; la única vez que se cita a Angulo el Malo, sobrenombre del comediante cordobés Andrés Angulo, es en el capítulo XI, de la segunda parte. Don Quijote encuentra “recitantes de la compañía de Angulo el Malo”,  vestidos con ropas teatrales porque acaban de representar el auto de Las Cortes de la Muerte y van a repetirlo en otro lugar, tan cercano, que nos les ha merecido la pena cambiarse.

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